Es una realidad. La mayoría de los pasajeros entran en el avión cabreados: sin ganas de saludar, de sonreír o de dialogar… y yo les entiendo. Cuando viajo como pasajera y no como TCP, hay muchos factores que me amargan antes de subirme al avión. Yo también llego agotada y frustrada después de la gymkana aeroportuaria… que por momentos te da la sensación de estar dentro de un videojuego de plataformas, en lugar de en un aeropuerto. Vas consiguiendo logros, sorteando obstáculos y preparándote para el monstruo final: el control de las maletas de cabina. Los enfados de pasajeros en el avión son algo normal y perfectamente comprensibles.
He aquí el top 10 de los cabreos del pasajero:
Llegar al aeropuerto y ver que tu vuelo está retrasado
Es un must. Da igual que sean 10 minutos que 3 horas. En el momento en el que aparecen las letras rojas DELAYED al lado del destino, tú, pasajero, entras en modo grich y todo te parecerá mal hasta el momento del desembarque.
Pesar las maletas en facturación
1 bulto facturado con 23 kg. Lo sabes perfectamente. Lo has leído en la web de tu aerolínea, lo has preguntado a tu cuñado, lo has leído en Diarioazafata y lo has preguntado por Twitter. Sabes perfectamente que sólo puedes facturar una única maleta que no pase de los 23 kilos, pero tú la cargas a tope y la tuya pesa 26 kilos. Y te hacen pagar. Y protestas. Y es injusto y son unos ladrones y pasas por todas las fases: primero te cabreas y gritas a la chica de facturación, después te indignas, después pasas a la fase de tratar de comprar sus favores, luego te haces el gracioso y finalmente suplicas que te perdonen esos 3 kilos que llevas a mayores. Pero no. Los pagas y sumas puntos modalidad “enfado de pasajero en el avión” a tu aventura.
El filtro de seguridad
Ya tienes tu tarjeta de embarque. Ya has facturado tu maleta y has pagado el exceso de equipaje. Ya tienes asignada una nueva hora de embarque y ahora te diriges a la puerta, pero antes tienes que pasar por el filtro de seguridad. Tienes como 50 personas delante y no entiendes por qué se forman estas colas cuando lo más lógico es que la cola se dividiera en dos o tres cintas y todo fuera muchos más rápido. Pero no, fila única. Y Murphy, siempre presente en tu vida el muy cabrón desafortunado, hace que todas las personas que están por delante de ti no comprendan oraciones básicas como: cinturón, monedas, pulseras, relojes en una bandeja y dispositivos electrónicos en otra.
Tú, que llevas más de 10 minutos escuchando la misma vocecilla del vigilante de seguridad (un poco crecidito él, que tiene más aires de Capitán Hadley en Cadena Perpetua que de vigilante) coges tu bandeja, depositas tu cinturón, tu reloj, la americana, el monedero; desenfundas el iPad y lo colocas en una bandeja y tu ordenador portátil en otra. Pasas tu maleta y te dispones a cruzar el arco de seguridad con una actitud un poco desafiante.
¿Pero por qué pito en el filtro de seguridad?
Y ahí está: piiiiiiiiiii
– Caballero, ¿lleva algo metálico?
– No
– ¿Está seguro?
– Sí
– Salga y quítese los zapatos
– Pero mis zapatos son de piel y suela de goma, no pitan
– Salga
Y así sucesivas veces hasta que te pasan la raquetita esa y cuando ya parece que vas a pasar a la siguiente fase, escuchas:
– Señor, ¿me puede abrir la maleta?
– Sí, pero no llevo nada
– Ya, pero necesito que la abra.
Y el hombrecillo remueve tus cosas en la maleta, te hace abrir neceseres y bolsas, hasta que encuentra el arma de destrucción masiva: un puntero láser que vas a utilizar en tu próxima conferencia… bueno, eso si no pierdes el vuelo y llegas on time para darla.
La puerta de embarque
Pasas el filtro, te recolocas la corbata, sujetas la bolsa del ordenador portátil con la boca, mientras con una mano te abrochas el cinturón y con la otra tiras de tu diminuta y homologada maleta de cabina. Empiezas a correr porque el embarque está a punto de comenzar. Chequeas de pasada tu puerta en las pantallas informativas y, oh maldito Murphy otra vez, has entrado por las puertas A y la tuya es la D47. A carreras, con un zapato desatado, llegas a la puerta, y ves que no hay nadie.
OMG, has perdido el vuelo… o eso, o ha cambiado la puerta. Chequeas la pantalla más cercana y… voilà! Han cambiado la puerta a la B12.
La fila de embarque
Y por fin, llegas y la gente ya está haciendo cola para embarcar. La chica del embarque se esmera en dar un aviso que parece que el resto de pasajeros tampoco comprende. Probablemente, en tu vuelo van las mismas personas que tampoco comprendían lo de los objetos metálicos y los dispositivos electrónicos en la bandejas.
Primero embarcaremos pasajeros de Clase Business y familias con niños. Después, pasajeros comprendidos entre las filas 15 y 30. Solo pasajeros comprendidos entre las filas 15 y 30.
Pues allá van todos aquellos que tienen las filas 4, 9 y 11. Y tú, con tu cabreo en modo ascendente, prefieres quedarte de último pese a que tienes la fila 28, solo para no tener que soportar a la gente que intenta colarse.
Embarque con finger
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué os hacen embarcar para estar parados en el finger durante más de 5 minutos?
Es algo que nunca comprenderás… ¿Es que acaso no se está mejor sentado en la sala de embarque que de pie en un finger en el que o te asas como un pollo, o te hielas como Frozeman? ¿Qué necesidad hay de esto? ¿Qué está ocurriendo dentro del avión para que no os dejen entrar?
Para colmo, te acercas al carrito de la prensa con la intención de hacerte con un ejemplar, pero ¡oh!, ya solo queda el periódico rosa que nadie quiere. Maldición.
El pasajero que cree que viaja solo
Por fin entras al avión. Las dos alegres, divinas, joviales y siempre perfectas azafatas que están en la puerta, te reciben con una sonrisa y un eufórico ¡buenos días!. Lo único que te sale es farfullar un “mmmm ías” que en tu mente sonaba a “buenos días, amables señoritas”, pero que no llega ni a un gruñido ultrasónico.
Te paras en el galley del avión, porque dos pasajeros están el medio del pasillo colocando su americana, abriendo sus trolleys para coger un libro e impidiendo así el paso al resto de los pasajeros. Como en su casa. Como si viajaran solos. Y así siguen otro minutillo más, hasta que uno de los pasajeros que está en el pasillo les grita: ¿Pueden echarse a un lado, que no están ustedes solos en este vuelo?
Ooouh Yeaah! Ese debe de ser el otro pasajero avispado del avión. Ojalá te toque a su lado, porque sabes que no te va a dirigir la palabra en todo el vuelo.
Dime con quién te sientas…
Pero no. No te toca al lado del pasajero avispado y cabreado. Te toca al lado de la mamá que viaja con tu niño de 6 años y un bebé en brazos.
Cuando llegas a tu fila, no hay sitio para tu maleta. Lo de esperar a embarcar el último, no fue una buena idea… llamas a la azafata y le dices que no encuentras sitio para tu maleta, temiendo su respuesta:
Pues caballero, lamentándolo mucho, tenemos que bajársela a bodega
Pero dentro tengo mi ordenador, mi libro, el sandwich, mi almohadita cervical… ¡tengo toda mi vida dentro de esa maleta!
Retire lo que vaya a necesitar durante el vuelo, y se la bajamos
Pero no es justo… hay gente que ha embarcado con dos o tres bultos, y yo solo llevo mi mini maleta homologada…
Pero la TCP ya ha preparado la pegatina azul de “Last Minute Baggage” y tus peticiones y lamentos se han perdido en medio del jaleo que está montando el bebé y el niño con el que tendrás que compartir unas cuántas horas de vuelo.
Resignado, entregas tu maleta y te sientas en tu asiento, sin percatarte de las migas de gusanitos y galletas de chocolate que tu dulce, joven y cándido acompañante ha depositado amablemente para que te manches el pantalón del traje de arriba a abajo.
El pago de tu capuccino
Ok. Ya habéis despegado. Tienes tu ordenador conectado para empezar a trabajar en esa diminuta mesita. El bebé se ha quedado dormido (exhausto después de gritar en todos los tonos posibles) y el de 6 años se divierte paseando sus coches de carreras por la cara de su madre, que también se ha caído rendida después de suplicarle a sus hijos durante más de media hora que se portaran bien.
¡Tiempo de desayuno! ¡Qué ganas tienes de un café con un muffin! Porque todos sabemos que la comida del avión es lo más sabroso y barato del mundo y aunque pagues el café a precio de sangre de unicornio y la magdalena sea como un chute de colesterol en vena, pero realmente necesitas algo calentito.
Las TCP se acercan con el carro, preparan tu capuccino, te dan tarrinitas de leche extra y además te sonríen y hablan bajito.
5,50€, caballero
Muchas gracias. Os tengo que dar un billete de 50
Uy, vamos fatal de cambio. ¿No tiene menos?
Pero si acabamos de empezar el vuelo…
Sí, pero no tenemos cambio
Pues yo no tengo menos
Pues nosotras no tenemos cambio (la voz suave y dulce va adquiriendo otros matices). Si quiere puede pagar con tarjeta.
Ok, pago con tarjeta. Aquí tiene.
Pero esto es una Visa Electrón… solo aceptamos tarjetas de crédito. No de débito.
Pues es que la de crédito la tengo en la maleta que facturé.
Pues no puede ser de débito.
Vamos, que cuando te tomas el café, ya ni te apetece, después de todo el periplo, de buscar y rebuscar en tus bolsillos monedas y monedas para juntar los 5,50€…
El desembarque
Desesperado ya porque el bebé hace dos horas que se ha despertado y su hermano mayor no para de hacerte preguntas incómodas, llega el momento del aterrizaje y tus puntos de aventura modalidad “enfados de pasajeros de avión” ya están llegando al límite. Estás en la penúltima fila, y por una vez, la suerte te acompaña:
“Señores pasajeros, les informamos que el desembarque del avión se realizará por la puerta trasera”. Ole, ole y ¡ole! Recoges tus cosas, vas a ser el primero en desembarcar y ya estás haciendo cola en el pasillo. Esperas, y esperas y sigues esperando, pero la puerta trasera nunca se abre y la mitad del avión ya ha salido por delante. Lo único que quieres es que abran la puerta trasera. Ya por dignidad, aunque salgas el último, quieres salir por la trasera, pero escuchas: “Señores pasajeros, no nos han puesto escaleras en la parte trasera, por lo que el desembarque se está realizando únicamente por la puerta delantera. Gracias”.
Alguien te llama desde la fila 1. Te saluda. ¿Lo ves? Es tu amigo Murphy…
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