Recuerdo aquello vuelos interminables desde el Sur de Tenerife hasta Estocolmo o Kuopio. Horas y horas de vuelo en los que nos daba tiempo a atender a los pasajeros, a poner de vuelta y media a más de la mitad de compañeros, a descansar, a aburrirnos y a ver cosas tan asquerosas que hubiésemos querido borrar de nuestra memoria.
Antes de continuar con el post, les diré, queridos lectores, que un avión no se limpia a fondo todos los días. Bueno, que yo sepa no se limpia a fondo nunca. Digamos que hay cosas que están un poco más limpias que otras y la moqueta del pasillo no es precisamente una de ellas.
A mi se me revolvía el estómago cada vez que veía a aquellos pequeños nórdicos corretear descalzos por el pasillo y reptar por debajo de los asientos.
Es más, alguna vez no pude resistirme y se lo dije a sus padres. Pero oiga, como quien habla con una pared. Se hacían los suecos, básicamente porque lo eran.
- Excuse me ma’am. The aisle is very dirty
todayand your baby is crawling on the floor. - Oh, thanks. He’s just playing, don’t worry.
No, si yo no me preocuparía tampoco si no supiera que dos vuelos antes, un pasajero indispuesto vomitó en el mismo lugar en el que el pequeño Lars está ahora apoyando sus nórdicas manitas.
Y además, he derramado medio brick de zumo de melocotón mezclado con café en las últimas turbulencias de hace 3 horas. Y el néctar del melocotón ha hecho la función de imán, para atraer toda la mierda de los zapatos de los 60 pasajeros que se han levantado al baño y que ha pisado por encima.