Entiendo que las compañías aéreas designen a sus TCP más correctas, la función de supervisar al resto de tripulantes. No me parece excesivamente necesario, sobre todo por algunos aspectos de la supervisión, pero entiendo que son procedimientos que hay que seguir y los acepto. Lo que nunca entendí y nunca entenderé son las formas que tienen algunas de estas señoritas, de llevar a cabo su trabajo.
En algún que otro post, ya he mencionado que aparte de supervisar la preparación de las azafatas en cuanto al servicio a bordo o los conocimientos de emergencias (cosa que me parece interesante y necesario) también observan cosas tan importantes como:
- Número de ganchitos/horquillitas que llevas en el pelo. Una más de las permitidas y estás perdida.
- Tipo de maquillaje. Y no me refiero a si vas maquillada como una puerta o una puerca, si no a si tu maquillaje brilla mucho, si tienes la piel seca o grasa o si el rosa de los labios es rosa pantone 18-2120 o pantone 16-1546. Vamos, super trivial para los pasajeros.
- El tamaño de las perlitas de tus pendientes. No sea que se pasen en 3 milímetros su diámetro y alguien se dé cuenta.
- El aroma de tu perfume. Ellas pueden oler a tabaco, pero tu debes llevar el toque perfecto.
Y otra serie de cosas que terminan poniéndote de mala leche…
Pero lo peor no son los informes subrealistas que cubren sobre tí (está comprobado; como seas más mona que ellas, más joven, más simpática y hagas bien tu trabajo, seguramente van a buscarte cualquier mini defecto para que tu informe quede manchado. Por el contrario si trabajas bien, eres tan correcta como la anterior, pero ellas siguen siendo más monas y más simpáticas, tienes un buen informe asegurado). Bueno, lo que decía, que lo peor no son los informes que hacen, si no la fauna que se crea a su alrededor.
¿Y eso por qué? Os preguntaréis…(o no)
Pues porque las supervisoras son las que firman tu sentencia final. Si no les gustas, aunque seas buena en tu trabajo, se pondrán de acuerdo para machacarte hasta que los informes lleguen a RRHH. Pero si eres su amiga, su fiel lacaya, pasarás de ser un azafatilla más, a ser la niña de los vuelos guays, la colega de la supervisora con la que nadie puede meterse.
¿Sabéis las pelis americanas en las que la jefa de animadoras tiene una pandillita de lacayas marimandonas (un poco frustradas porque nunca llegarán a ser la “animadora mayor”) que hacen piña para defenderse unas a otras? Pues eso mismo pasa con las supervisoras y su clan de amigas reprimidas.
En una de las compañías para las que volé, la mayor parte de supervisoras excluyendo a 2 o 3, eran niñatas un poco más mayores que yo (por aquel entonces yo tenía unos 22 y ellas como mucho 26 o 27) que creían que iban a heredar la compañía y actuaban de una forma un tanto extraña.
Yo, que en aquel momento era una niña monilla pero sin ser un bellezón, dulce, bastante profesional y dicharachera, les caí bien (aunque también me llevé puntos negativos en los informes) y decidieron considerarme parte de las sobrecargos guays. Allí ser guay, era hacer vuelos charter; es decir, vuelos que se fletaban de forma especial para equipos de fútbol, de baloncesto, empresarios, políticos, asociaciones…
Vamos, una maravilla como os podéis imaginar. Trabajar el doble, pelotear al pasaje el triple y cobrar lo mismo que por una línea normal.
En la otra aerolínea en la que volé, la cosa era bastante diferente. Por lo menos eran personas que llevaban años y años volando, con una formación muy cuidada, con unos valores muy distintos y, aunque con informes ridículos, bastante más tolerantes y capaces de diferenciar una TCP de una modelo.
Así que nada, queridas supervisoras que me poníais faltas de uniformidad por tener el botón del abrigo ligeramente descosido… A ver si con el paso del tiempo os habéis renovado y habéis dejado la mala leche y la envidia a un lado…
Y como suelo dedicar los posts, ¡éste es todo para vosotras!
¡Felices vuelos otoñales a todos!