En mi ciudad hay nueve centros comerciales. Uno de ellos, Marineda City, es el mayor centro comercial y de ocio de España. De los ocho centros comerciales, la mitad de ellos tienen un mínimo de diez salas de cine cada uno. Además, contamos con otras tantas zonas comerciales con tiendas a pie de calle.
Para los que vivís en ciudades grandes, este dato no tendría mucho interés si no os dijera que en La Coruña somos algo más de 250.000 habitantes. Es decir, que tenemos un centro comercial por cada tres kilómetros cuadrados.
Plan de domingo
Ayer por la tarde, como plan dominguero, me fui a uno de esos cines a ver una peli recién estrenada, con bastante tirón.
Me sorprendió ver las colas que se hacían en las taquillas. Me recordó a cuando mis amigas y yo empezábamos a salir solas al cine y teníamos que estar en la taquilla casi una hora antes, para no quedarnos sin entradas. ¿Cómo es posible que con tantos cines y con el precio de la entrada hubiese tanta gente?
Después de hacer cola un buen rato, observando lo lenta y poco eficiente que es la gente, conseguí las entradas. Siempre me pregunto por qué cuando estoy en la cola del súper, del cine, de Ikea, de una administración pública, empleo menos tiempo en acabar lo que tengo que hacer que los demás. ¿Será que mientras hago cola preparo la cartera, cojo las bolsas, cubro solicitudes o pienso lo que voy a decir para no quitarle tiempo a las personas que tengo detrás?
Cuando entré en la sala, me sorprendió el rebumbio que había. Mi butaca estaba al lado de las de un grupo de unos cinco chicos a los que me costaba bastante entender. Pese a que he estudiado gallego, aquella gente parecía haber descendido de la montaña más remota de Galicia, y hablar un dialecto extraño y abrupto basado en juramentos soeces y risotadas.
Creí que se pasarían toda la película con semejante conversación, pero por suerte, a los pocos minutos de empezar, consiguieron mantener la boca cerrada. De vez en cuando alguna risilla me recordaba que estaban allí.
En la fila de atrás, una pareja decidió que era buena hora para empezar a abrir todas las bolsas de chucherías al mismo tiempo. Les lancé una mirada mortal más propia de Connie Corleone en la tercera parte de El Padrino. Pero lo hice peor. Porque entonces intentaban abrir las bolsas despacio, tirando de un extremo cada tres segundos, como si eso significase que no hicieran ruido.
Quizá estuviese más susceptible de lo normal, pero en la fila de abajo, un señor de mediana edad se dedicaba a tirarse un eructo cada vez que le daba un sorbo a su Coca-Cola. Y su mujer, al lado, parecía estar acostumbrada porque ni se inmutaba.
Lo mismo ocurría con unos papás que permitieron que su retoño comentase cada escena de la película (por cierto, no apta para su edad) durante las más de dos horas que duró.
Al otro lado, otro grupo de chicos ponían sus pies en los respaldos de las butacas delanteras.
La gente seguía entrando en la sala una vez comenzada la película, hablando en voz alta como si fuera el salón de su casa.
La peli, por cierto, entretenida para un domingo por la tarde.
La falta de educación en el avión
Cada una de las cosas que ocurrieron ayer en el cine, ocurren también habitualmente en el avión.
Muchas veces me siento criticada porque recurro a comparar el día a día de la sociedad en la que vivimos con “tiempos pasados”. No creo que cualquier tiempo pasado sea mejor, pero sí creo que hay cosas que se han ido perdiendo a cambio (o no) de ganar otras nuevas.
Tachadme de antigua, pero yo sí sigo dando importancia a los valores. A la educación, al respeto, a la convivencia, a la honestidad, al saber estar, al cariño de los hijos por sus padres y viceversa; a la asertividad y a la empatía. Y sí, seguro que yo incumplo alguno de esos valores en un momento determinado, pero procuro mantenerlo, porque esos valores, señores modernosos y abanderados de la nueva generación, no son malos. El mundo funciona mejor con unas normas básicas de convivencia y de educación, y os aseguro que todavía hay gente que piensa así. Algunos pertenecen a generaciones antiguas y otros a las generaciones nuevas. Se puede ser indie popi o un moderno y tener valores tradicionales. No está reñido.
Hace unos veinte años, la aviación poco tenía que ver con lo que es hoy en día.
Los precios de un billete de avión eran muy elevados y a no ser que te acogieras a una buena oferta, lo de viajar habitualmente a otros países en avión era algo que poca gente se podía permitir.
Igual que en la sociedad en general, hay cosas que han mejorado y hay otras que se han perdido.
Prácticamente todos podemos acceder a la aviación comercial. Podemos elegir con qué compañía queremos volar y cuánto estamos dispuestos a pagar por el billete. Tenemos la oportunidad de volar casi a donde queramos y con la frecuencia que queramos. Eso es bueno. Es lo que hemos ganado.
¿Y qué es lo que perdemos?
- Cuando te descalzas en el avión porque tu comodidad es más importante que la persona que llevas al lado, estamos perdiendo. Da igual si tienes calor en los pies, si te aprietan los zapatos o si te gusta notar la moqueta del avión.
- Cuando reclinas el respaldo de tu asiento hacia atrás sin avisar, estamos perdiendo. Da igual que hayas pagado 9€ o 200€ por el billete. Da igual que sepas que tu asiento se puede reclinar. Si a ti te molesta que el de delante baje el respaldo, al que va detrás también le molestas tú.
- Cuando no regañas o corriges a tu hijo, que lleva más de media hora dándole patadas al respaldo del pasajero de delante y otra media hora saltando en su asiento y pulsando el botón de llamada, estamos perdiendo. Porque el hecho de que vaya entretenido no está reñido con la educación y el respeto al resto de pasajeros. Y da igual que sea un niño y que tenga que jugar. Que juegue sin molestar.
- Cuando nos insultas o nos amenazas porque le hemos llamado la atención a tu hijo, porque tú no se la has llamado previamente, estamos perdiendo. Porque no te olvides de que nosotros somos los responsables de la seguridad y del confort del resto de los pasajeros, y sí, si tenemos que pedirle a tu pequeña criatura que se siente y que no moleste, lo vamos a hacer. Seguramente, también eres de esos que amenazan a los profesores cuando castigan a tu retoño, ¿verdad?
- Cuando el asiento de tu lado está vacío y decides usarlo como prolongación del tuyo para echarte un sueñecito y no controlas tu postura, estamos perdiendo. Si sabes que vas a hacer eso, por favor, antepón tu dignidad a tu libertad para decidir qué te quieres poner, y deja en casa la minifalda. Y ponte bragas.
- Cuando un grupito de Josuas y Jennis consiguen reunir 50€ para irse a Ibiza el fin de semana e interactúan entre ellos, estamos perdiendo. Porque Jenni y Josua no entienden de normas. Porque no hablan, gritan. Porque después de hacer la demo, te llaman para que les abroches el cinturón de seguridad. Porque se han pasado toda la explicación planificando dónde van “a pillar el Cristal pa’ la noche. Puta lokura”, mientras de sus Blackberry salían temas como JDX ft. Sarah María para disfrute del resto de pasajeros.
- Cuando tu hijo entra al avión de tu mano y tú no respondes cuando la azafata te da los buenos días, estamos perdiendo. Porque estás haciendo un hábito de tu mala educación. Después no te quejes cuando, unos años más tarde, tu vástago entre en casa y se vaya derecho a su habitación.
Podemos viajar. Podemos volar. Podemos reservar hotel desde nuestras casas. Conocer otras culturas y afirmar que todos tenemos los mismos derechos.
Podemos acceder a toda la información con un solo click. Podemos desarrollar nuevos sistemas y tecnologías que cambien el mundo. Tratamientos que curen enfermedades.
Podemos decidir qué nos queremos poner cada día, cuál es nuestro estilo, saber qué nos gusta y con qué no estamos de acuerdo.
Podemos ser más inteligentes o creernos más inteligentes. Podemos reciclar, hacernos cualquier cosa que acabe en -plastia. Podemos exigir lo que nos corresponde y afirmar con orgullo que la vida de nuestros padres no es la nuestra.
Podemos innovar y hasta podemos convivir con diferentes tribus urbanas.
Pero lo que no podemos hacer es renunciar a la educación. Ni en el avión, ni en la vida.
Y tú, en tu trabajo, en tu vida, ¿qué has ganado y qué has perdido?