He viajado a muchos países. He volado a muchos aeropuertos y me he alojado en muchos hoteles. He callejeado por Ibiza, he tomado el sol en los campos de lavanda de Marsella, chocolate con nata en Bélgica, he jugado con la nieve en Suecia. Se me ha helado la nariz en Moscú, he tomado el mejor capuccino del mundo en Roma y he visto puestas de sol increíbles en Tel Aviv.
De todos los destinos en los que he tenido la suerte de pasar unas horas, guardo recuerdos increíbles. Momentos, imágenes, paisajes que me enriquecen como persona y me recuerdan lo maravilloso que fue mi trabajo como azafata de vuelo.
Pero si hay un sitio especial en mi memoria, es Maputo. Nunca olvidaré lo mucho que me impresionó la capital de Mozambique en aquella tarde de verano (invierno en España) mientras nos aproximábamos su aeropuerto internacional (MPM).
Mis compañeros, veteranos ya en el país africano, me habían dicho que Maputo era un pueblo con chabolas rodeadas de jirafas, leones y elefantes, y que tendríamos que sobrevolar la pista del aeropuerto hasta que los mozos consiguieran sacar a los tigres de la pista de aterrizaje.
- ¿Pero me estáis tomando el pelo? ¿Cómo va a haber leones en la pista?
- Se cuelan. Vamos a África, querida. El aeropuerto está en medio de la nada. No hay edificios, sólo chabolas hechas de adobe y animales.
Tenía que haber sospechado que todo aquello era una broma cuando el comandante me llamó a cabina 40 minutos antes del aterrizaje y me dijo que tardaríamos un poco más de la cuenta en aterrizar, porque una manada de hipopótamos había acampado en la pista, justo donde teníamos que parar nuestro avión.
- Anúnciaselo a los pasajeros. Diles que tardaremos un poco más en aterrizar.
Y allí estaba yo, en el galley delantero, soltando algo similar a esto: Ladies and gentleman, we will be landing in 45 minutes, 5 minutes after the scheduled time, because there is a herd of hippos in the runway.
Lo que yo no sabía era que mientras estaba en cabina con los pilotos, mis compañeros habían advertido a los pasajeros de la barbaridad que les iba a soltar yo pocos segundos después.
Maputo, paraíso colonial del Jazz, de los mercados y el café
Empecé a vislumbrar la ciudad unos 15 minutos antes del aterrizaje.
¿Pueblo con chabolas de adobe? Lo que yo veía desde el avión eran edificios altos, calles anchas rodeadas de zonas verdes y una preciosa costa de arena blanca.
La nueva terminal se inauguró hace un par de años, así que por aquel entonces el aeropuerto era pequeño y viejo.
Me impactó ver la cantidad de edificios que se estaban construyendo. El país estaba en pleno boom económico y las nuevas edificaciones contrastaban con los edificios coloniales y clásicos como el mercado o la estación de tren.
Nuestro hotel estaba en una zona residencial lujosa, en primera línea de playa y rodeado de jardines y piscinas.
Siempre recordaré aquel café en el barrio de Polana, mientras sonaba Garota de Ipanema, un grupo de chicas ataviadas con su capulana vendían unos preciosos collares en un puesto de mercado y los chicos bailaban en la calle.
Como en muchos otros países vi pobreza. Niños que se acercaban a nuestra mesa para pedirnos cualquier cosa. Monedas, pulseras, nuestra ropa o algún dulce. Sin embargo, la gente parecía feliz con lo poco que tenía.
No pude ver manadas de hipopótamos o leones en medio de la pista, pero pasé una tarde diferente en uno de los lugares más especiales del mundo. Que no todo van a ser pasajeros cabezones y listillos de maletas homologadas, ¿no?