Pues han pasado ya unos días y aún no nos lo creemos. Aún no me lo creo. Personalmente he tenido la desgracia de vivirlo de cerca, muy de cerca; mucho más de lo que pensáis.
Para mi, tripulantes somos todos. Ya seas tripulante técnico o auxiliar, de tren, de avión o de barco… todos los que vestimos un uniforme, impuesto y criticado en algunas ocasiones, pero siempre identificativo; un uniforme que echas de menos cuando no tienes.
Da igual la compañía para la que trabajes. Todos somos tripulantes, todos somos compañeros.
Si te levantas de madrugada un día si y otro también, si pasas navidades y cumpleaños lejos de casa, si trabajas las horas de diez en diez, y no duermes en tu cama ni 4 días seguidos; o si vives arrastrando una maleta, amigo, entonces eres tripulante. Eres compañero. Y como compañera que soy, escribo hoy esto, recordando un poco el accidente de Spanair que no me tocó tan de cerca como el de tren, pero que sufrí y lloré con todos y cómo todos.
Estos días mas que nunca, todos los españoles se sienten gallegos, y todos los tripulantes nos sentimos compañeros.
Como compañera siento que todos los tripulantes íbamos en ese Alvia. Conocía personalmente a parte de le tripulación pero no quiero entrar en detalles personales. Los compañeros de ese tren son personas con nombre y apellidos y no es mi intención deshonrar su memoria al obviar los datos personales, si no respetarla y dejarles descansar. Una buena amiga dice que nuestros compis se han convertido en ángeles que guardan y protegen las vías y a todos nosotros. A mi también me gusta pensar así.
No soy ninguna experta en el tema y no me gusta hablar de lo que desconozco, por lo que tampoco voy a entrar en juicios. No creo que sea el momento. Mi corazón estos días no me pide cabezas ni culpables, pide que todo esto sea sólo un mal sueño, un consuelo que no llega; pide un descanso de todo esto… nadie necesita más rabia en este momento, bastante tenemos ya.
No se puede menos que reconocer y agradecer la increíble respuesta humana. Las personas se tiraron a la calle, a ofrecer sus propias manos, a donar su sangre, a sacar mantas y toallas de sus armarios, agua de sus neveras por si hacían falta. Se ofrecieron a salvar y ayudar a… a lo que fuera necesario. Somos el país de los toros, la fiesta, la paella y el olé olé, pero también el de arrimar el hombro y aquí está la prueba. Desde aquí, de todo corazón, gracias.
Gracias también por que si algo bueno he visto en estos días, ha sido compañerismo. Por un tiempo todos hemos dejado de lado cualquier diferencia que pudiéramos tener y no ha habidos jefes ni empleados, recepcionistas ni rangos, personal de check-in o de tierra, si no simplemente compañeros consolándose unos a otros, dándose cariño y palabras de ánimo y consuelo, caricias, abrazos…en resumen, todos unidos.
Todos los que somos “del gremio” tenemos una característica en común, nos gusta la gente. Puede que tengas un mal día, o una mala época, que estés cansado, quemado o incluso pensando en dejar el trabajo. Pero si echamos la vista atrás y recordamos nuestro primer día, hay un sentimiento común: ganas de ayudar. Hay nervios, ilusión y muchas más cosas, pero por encima de todo eso están las ganas de ayudar, aunque sea en algo tan simple como indicarle a un viajero donde poner su maleta o cuál es su asiento.
Tantas horas metidos en un galley de 5 metros cuadrado hacen aflorar, además, otro sentimiento: el de formar parte de un equipo. El día se acaba, te despides de tus compañeros y puede que no les vuelvas a ver en 4 meses, pero durante unas cuantas horas todos habéis formado parte de la misma brigada, del mismo equipo, y eso mismo es lo que tenemos que ser todos ahora. Ahora más que nunca: equipo para apoyarnos unos a otros, para consolarnos, para ayudarnos, para recordarnos lo bueno de este trabajo. El trabajo de tripulante. El trabajo que nuestros compañeros estaban desempeñando en ese tren hace unos días.
No sé si animarme a escribir esto será una buena o mala idea. Ojalá no hubiera tenido que escribirlo nunca. Ojalá no hubiera pasado y ojalá se pudiera hacer algo para cambiar las cosas. Aún a día de hoy la sensación de incredulidad, de injusticia, de impotencia, es brutal.
De nuevo quiero dar las GRACIAS, así, en mayúsculas. A los compañeros, a los amigos y familiares que os habéis preocupado, a los médicos, bomberos, voluntarios… a los seres humanos en general, que estos días son más humanos que nunca. Por el apoyo, por la ayuda, por el cariño, por la intención, por estar. A los que están y a los que por desgracia ya no, un abrazo muy fuerte y cómo todos los días, besos y buen viaje.